Uno de los trabajadores del complejo minero que sufrió una explosión el pasado 14 de marzo en horas de la noche. Este hombre, quien quiso mantener su identidad en reserva, lleva dos años laborando en la minería y obtuvo el trabajo por voz a voz de otros compañeros.
A 840 metros bajo tierra, en la oscuridad absoluta, con un pico y encomendado a Dios, así labora este joven minero de 27 años, quien llegó hasta las minas de Sutatausa por uno de sus conocidos y quien tuvo que despedirse de 21 amigos y compañeros de trabajo.
Dice que sus primeros días dentro de la mina fueron demasiado difíciles, pues el miedo era constante: “Uno se encomienda a Dios y la Virgen todos los días porque uno sabe que entra, pero no sabe si sale”.
Uno se encomienda a Dios y la virgen todos los días porque uno sabe que entra, pero no sabe si sale.
Además, este terreno queda muy lejos de la zona urbana de Sutatausa, solo se puede llegar a pie y vehículos motorizados, las calles no están pavimentadas y a su alrededor solo se ven montañas.
También, es un clima frío, la lluvia cae con frecuencia, los zapatos se llenan de una sustancia espesa con residuos de carbón.
Allí trabaja Harold, un joven minero de 27 años, que se prepara cada mañana para pasar ocho horas bajo el suelo que estábamos pisando.
Así mismo Harold, cuyo nombre se ha cambiado para proteger su identidad, se prepara con su autorescatador, un dispositivo diseñado exclusivamente para este tipo de actividades y que lo protege contra elevados índices de monóxido de carbono.
“La mina no es fácil, es para personas que tienen mucho corazón. Uno arriesga la vida y a veces uno gana muy poco, de pronto el destino nos tocó a cada uno de los que somos mineros”, narra.
La emergencia se presentó el pasado martes 14 de marzo
Ingresa por un socavón muy estrecho, se sube a un vehículo que lo transporta hacia el interior de la mina y comienza a realizar sus labores durante ocho horas.
“Uno alista las cosas que necesita bajar y desde el primer momento en el que uno comienza a descender le comienza a pedir a Dios. Uno a la mina va a ganarse la vida, pero no sabe si va a volver”
El Minero dice: lo más profundo que ha estado es a 840 metros, cuatro veces lo que mide la torre Colpatria en Bogotá.
Dentro de la mina todo es oscuro, cada vez el aire se hace más escaso y la temperatura comienza a subir.
“Esto conlleva a que uno tenga más desgaste que en otros trabajos en superficie, entonces uno tiene que limitarse y comer muy bien, uno puede comer antes de ingresar a la mina y allá toca hidratarse”.
Noticia de interés: Comunicado de la UNGRD Emergencia en Minas de Sutatausa, Cundinamarca
Luego de completar su turno, Harold regresa a la superficie y si es de día o de noche, sus ojos se ven afectados. “Cuando uno sale a la luz del día y ha estado en la oscuridad mucho tiempo, eso es como una lámpara, los ojos le alcanzan a lagrimear a uno”.
A pesar de que Harold ha estado ocho horas bajo la tierra, dice que el pago no es muy bueno: “Mientras la tonelada vale entre $500.000 a $800.000 uno por tonelada gana solo $20.000”.
La familia de este joven de 27 años dice que este trabajo es algo de mucho riesgo: “Cualquier cosa puede fallar y cualquier falla humana puede costar la vida”.
Luego de esta tragedia, Harold asegura que su familia le ha dicho que consiga otro trabajo: “Yo ya tomé la decisión de no trabajar más en la minería, he visto morir muchos amigos, es algo muy complejo, no te deja dormir”.
Harold, cuyo nombre fue cambiado para proteger su identidad, representa una de las voces que por fortuna logró sobrevivir a la tragedia.
Hoy, son 21 familias quienes lloran a padres, hermanos e hijos, quienes salieron de sus casas ese 14 de marzo para obtener el sustento diario de sus hogares y que ahora son el rostro de una tragedia que podría haberse evitado.